El placer que procura el vino se acrecienta cuando los conocimientos adquiridos superan el enfoque meramente técnico y permiten acceder al reino de los sentidos. El arte de la cata no es misterioso y ni siquiera puede considerarse complicado: si la posibilidad de apreciar el vino se ha convertido en un pasatiempo de aficionados es porque se trata de una incomparable mezcla de esteticismo, de técnica y de sensualidad. El vino exige cierta atención ya se trate de consumirlo en una cena entre amigos o en una gran ceremonia, los conocimientos y la actitud precisa ayudarán a realzar el placer experimentado.
Aunque todo vino merece ser elegido y servido con cuidado, no todos los vinos tienen algo que decir. El vino ordinario serguiá siendo ordinario por más que se sirva en copas suntuosas y a la luz romántica de las velas. Esto no significa que sólo los vinos caros sean agradables, existen en la actualidad muchos más vinos modestos, que merecen ser degustados una segunda vez. En cualquier caso, el gran número de reglas, normas, clasificaciones y categorías establecidas por el mundo vinícola jamás podrá garantizar con absoluta seguridad el carácter ni la excelencia de un vino. Porque en materia de vinos nada puede sustituir la práctica. El aficionado es, en definitiva, el que se encarga de apreciar los buenos vinos y de evitar los mediocres. Provisto de un saca-corchos y de una botella bien elegida, está listo para lanzarse a la aventura.
Magdy Shehata