El sabor del vino es diferente y mejor cuando se bebe en la copa apropiada. Esta afirmación, por curiosa y exagerada que pueda parecer, ha sido demostrada en la práctica en catas comparativas. Los elementos que hay que tener en cuenta en la elección de las copas son, por orden de importancia, su forma, su tamaño y el material del que están hechas.
Una copa de vino debe ser convexa, en forma de tulipán cerrado. El borde tiene que curvarse hacia el interior para captar los aromas del vino y canalizarlos hacia la nariz. También es imprescindible que el pie sea lo bastante largo como para que los dedos puedan sostenerla sin tocar el cáliz. Una copa de vino blanco fresco se calienta muy rápidamente en contacto con la mano.
Deben ser lo bastante grandes para poder servir el vino en cantidad suficiente pero sin llenarlas más que un cuarto o un tercio de su capacidad. Si la copa es muy pequeña o está demasiado llena, no se podrá hacer girar el vino para liberar los aromas, ni levantarla con comodidad para observarlo traslúcidamente.
Los vinos espumosos deben servirse en copas tipo flauta alargada y llenarse hasta las tres cuartas partes para observar el ascenso de las burbujas, y apreciar la calidad y el color del vino.
El material tiene menos importancia que la forma o el tamaño, sin embargo el ideal es el cristal transparente y liso ya que proporciona una claridad óptima y permite ver lo que contiene la copa.